sábado, 21 de noviembre de 2009

MITOS Y LEYENDAS

LA VENGANZA DE LOS INDIOs

Cuzcochumbi, quinto hijo de Falempincial, tuvo un hijo que fue don Martín Farrochumbi, conocido con el sobrenombre de “El Viejo” o “El Petrucio”, apodo con que se le conocía, porque al convertirse al catolicismo, ya anciano, tomó el nombre de Pedro.

Chuculluli, tataranieto de Nailap, era el cacique de Lambayeque cuando llegaron los españoles, quien fue el padre de Doña Ana Cocraschumbi, que caso con don Martín Farrochumbi ya mencionado Chuculluli tuvo un hijo bastardo, llamado don Diego de Azabache quien había estado en juicio con su tío Gonzalo Quesquén Farrochumbi, hijo primogénito de don Martín, por el cacicazgo de Lambayeque.

Como quiera que Chucullili, desde la llegada de los españoles, les había recibido bien y les había dispensado sus favores, habiéndose vuelto, prácticamente en su vasallo, todos los caciques y principales de la ciudad Lambayeque y sus contornos y jurisdicciones, se reunieron para deliberar sobre el castigo a quién había traicionado raza, fé y costumbres.
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Una noche del mes de diciembre de 1536 se reunieron en la huaca chotuna los siguientes miembros de la autoridad mochica: Francisco Quiña gobernador de coique; Juan Soclup, de Ferreñafe; Francisco Puyconsoli, de Jayanca; Miguel Caxusoli, de Pacora; Salvador Normún de Mochumi; Lorenzo Cumpen de Mórrope y Pedro Puicón, de Lambayeque y decidieron matar a Chuculluli.
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De inmediato se dirigieron a la casa del cacique sentenciado, que se encontraba ubicada en las cercanías de la Carramuca, lo apresaron sorpresivamente y habiéndolo envuelto en mantas y en esteras debidamente maniatado, en solemne procesión, todos los conjurados lo condujeron a la playa del mar de San José, donde lo arrojaron, siguiendo la tradición de los antiguos jefes mochicas, quienes habían dado el mismo castigo a Felempincial, ascendiente de Chuculluli.

Por eso se veía surgir, periódicamente y en el aniversario de aquel sacrificio, de la superficie de las aguas, el cuerpo del cacique Chuculluli, todo envuelto en mantas y esteras, tal como fue ajusticiado y se escuchaban sus gritos estridentes, que eran semejantes a los de “una vieja y gastada chirimía”, según cuenta la historia.


(Relatado por el señor H. Enrique Brüning)

LAS NORIAS, LOS ANGELES Y LAS MERCEDES
Los pobladores de Mórrope se ocupaban especialmente de la agricultura y eventualmente de la pesca. Hoy extraen sal y yeso habiendo, pasado las faenas agrícolas a último término, debido a la falta de agua.

La presente historia tiene por objeto explicar el porque falto agua para los sembríos de los campos, lo que produjo la ruina de este pueblo.

Antiguamente los morropenses vivían repartidos en los siguientes parajes: Pampa del Árbol del sol, las Pascanas, los Callejones y la Lagartera, de conformidad con la cercanía a sus terrenos y por este hecho habían abandonado prácticamente el pueblo y, por lo mismo sus obligaciones religiosas.

Los pocos habitantes que quedaron temerosos de que faltara el agua para ellos, porque había sido desviada, a fin de emplearla en los sembrios, procedieron a hacer una inmensa noria o pozo, pero debido a la dificultad que encerraba esa labor y a lo largo del trabajo requerido, no pudieron terminarla tan rápidamente como ellos lo supusieron, llegándoles a faltar ese precioso liquido, tanto para los hombres como para los animales.

No pudieron pedir ayuda a nadie, sen dirigieron a los ángeles, quienes oyendo la suplica terminaron la excavación, encontrando en la mañana siguiente del pedido, que la noria manaba agua limpia y abundante. El indispensable elemento había sido concedido inmediatamente, pero a condición de que fuera totalmente acabada la iglesia del pueblo, que se encontraba inconclusa.

Como quiera que pasaron muchos años y el templo no fuera acabado, los ángeles, así como ayudaron a los hombres, los castigaron por su ingratitud e incumplimiento, habiendo procedido a pisar el fondo de la noria, la cual, por este hecho mágico, dejo de producir agua necesaria, quedando solamente lodo.

Los agricultores, que vivían alejados del pueblo dejaron que el agua volviera a correr por su mismo cauce, a fin de que no faltara para las necesidades mas apremiantes del pueblo y así vino sucediendo hasta el año 1761, época en que el río secó totalmente.

Desempeñaba las funciones de cura de Mórrope el licenciado don Justo Modesto Rubiños y Andrade que depuse fue cura de Lambayeque, quien viendo que los terrenos morropenses se secaban, convirtiéndose en estériles desiertos, ordeno que se sacara en procesión de rogativa a la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes, por la cual tenia especial devoción, que era de su propiedad y la cual llevaba por donde quiera que fuese.

Realizada aquella ceremonia pública, con el acompañamiento del pueblo en pleno, presidido por su cura, y tan luego como la imagen fue colocada en la orilladle río, ya enteco, se produjo una abundante, avenida que permitió al pueblo tranquilizar sus angustias y dedicarse otra vez a las faenas agrícolas. Como una prueba de este milagroso hecho tenemos la siguiente inscripción, que actualmente se lee en el cuadro de la Virgen de las Mercedes, que se allá colocado en el altar mayor de la iglesia de Mórrope y que textualmente dice lo siguiente:

“NTA S.A. de las Mercedes que trajo en su compañía al pueblo de Mórrope LCIDO, don Justo Modesto Rubiños y Andrade, en el año de 1751, y habiendo hallado seco y árido el pueblo por falta de agua fue NTA S.A. de las Mercedes en procesión al río y al puno se desato en un torrente de cristalina agua. Este milagro se verificó ante el ILMO Sor Dr. Dn. Franco Javier Luna de vichotriante, quien juro el pueblo por su patrona NTRA SRA de las Mercedes y de guardarle por día fe fiesta el 24 de septiembre. Fue este milagro a once de marzo de 1752 y corrigen adelante el río in secarse hasta el 15 de octubre de 1761, en que se volvió a secar luego que NTA SRA de las Mercedes se ausentó yéndose a Lambayeque a donde fue el cura el ILMO Licdo don Justo”.

Pero como quiera que la Virgen de las Mercedes fue conducida a Lambayeque por su propietario, el cura Rubiños y Andrade, cuando tomo posesión del curato de esta ultima ciudad, y era dicha Virgen la que había cuidado, con su protección y presencia, en Mórrope, y en forma milagrosa, que no faltara el agua del río, al irse allá, se seco el río nuevamente asta la época actual, teniendo necesidad, para que vuelva el agua que aquella misma imagen regrese a Mórrope y que de nuevo se efectúe la milagrosa romería, lo que no parece fácil, puesto que no se sabe dónde se encuentra la Virgen.

(Arreglado de conformidad con una vieja traducción de Mórrope)

SAN PEDRO EL ATARRAYERO


Mórrope ha sido uno de los pueblos mochicas más importantes de Lambayeque, el cual conservo su ascendiente hasta el año de 176, en que con motivo de la falta de agua decayó y se arruinó hasta el presente. Para probar la importancia que tenia bástenos saber que su templo, el cual fue construido por el mimo arquitecto que hizo los de Sechura y Lambayeque, allá hacia mediados del siglo XVI, EN 1557 es uno de los mas bellos del norte del Perú. Dicho arquitecto hacia viajes constantes entre estos tres pueblos trabajando en uno de ellos, mientras se iba secando terminando lo que acababa de hacer en los otros dos.

Situémonos a principios de 1751, en Mórrope, época en que se realizo la vista pastoral al norte del Perú del Arzobispo de Lima, don Pedro José Barrueta y conoceremos la tradición de porque San Pedro se convirtió en Atarrayero.

Actualmente se leer, en la iglesia de Mórrope, la siguiente inscripción mural, que dice textualmente: “este templo santo se estrenó, bendijo y pontifico el IItmo. S.D.D. Pedro José Barrueta, Arzobispo de Lima, el 23 de mayote 1751. Memoria eterna al Venerable Párroco don José Alvarado y Toledo, que lo construyo, adornó y enriqueció, hizo la casa parroquial cabildo y cerco de paredes y balvertes las calles y portadas. Le consagra reconocimiento su mas pequeño sucesor Antonio Arteaga Castro”.

Por esta inscripción deducimos claramente que necesitaron 200 años para que se terminara definitiva, total y completamente el arreglo de dicho templo y por no haberlo terminado antes, el pueblo de mórrope, fue castigado con la falta de agua, según se desprende de la leyenda titulada “Las norias, los ángeles y las Mercedes”.

Sin embargo, 20 años después, en 1771, aun se pintaba y doraba la iglesia de ese pueblo, a tenor de la siguiente inscripción, que literalmente nos cuenta: “A los 24 días del mes del señor. Se remató esta pintura y dorado siendo su Mmo. Dn. Manuel Chapoñan. Según arreglo con el Mtro. Puso su limosna y el trabajo personal importó para los Mms. 65 ps. Marzo 24 de 1771”.

Por este inscripción sabemos que don Manuel Chapoñan fue el mayordomo que realizó la pintura del templo y arreglo y dorado de los altares, habiéndose olvidado, tan solo, de darle el ultimo retoque al altar de San Pedro y de decorar la imagen del mismo santo, cuya efigie ostentada, como principal distintivo, en lugar de un pescado o de las llaves del cielo, como se ve en otras imágenes, una red o atarraya de pescador, simbolizando así su condición de pescador de hombres.

Pues bien, y aquí comienza la tradición, resentido el santo con el artesano Chapoñan, por el olvido de que lo había hecho víctima, el domingo anterior de los carnavales, del año de 1772, al pasar Chapoñan por delante del altar de San Pedro, el santo lanzó su atarraya y pesco con ella al maestro Chapoñan quien cayó al suelo privado y cuando volvió así sostuvo con toda seriedad, que el santo, bajando de su altar le había dicho al oído: “El domingo jugamos carnavales”.

Es de suponerse el revuelto que esta noticia causo en el pueblo y, como siempre, ya que el cura era el que se encargaba de descifrar los enigmas, se acordó entre el párroco y el mayordomo de la fiesta de los carnavales, que debería dársele gusto al santo, sacando a la efigie de San Pedro, a condición de que fuera portada por el propio Chapoñan el domingo de carnavales, armados ambos, santo y hombre, con redes o atarrayas, para pescar a aquellos que se ubican olvidado de sus deberes religiosos . Y así se hizo

El maestro Chapoñan que conducía al santo, se ocupaba de alcanzar su red hacia los participantes de la fiesta, cada uno de los cuales, se creía obligado a ofrecer una limosna para el culto.

Desde entonces y todos los domingos de carnavales se efectuaba la danza de los atarrayeros, consiste en que varios devotos de San Pedro se disfrazaban de pescadores, portando por todo distintivo una red, con el cual se entretenían en pescar hombres a los cuales enredaban y no ponían en libertad hasta que no dieran alguna limosna, bien fuera en moneda, en telas o en víveres.

Y dice la tradición que la verdadera finalidad que tuvo San Pedro fue la de recordar a los morropenses lo que antes había sido, estos es pescadores de oficios, quienes se habían encargado de ofrecer la mejor pesca a los príncipes mochicas y después a los Incas.
(Relatado por el señor Manuel Vidaurre, natural de Mórrope).

LOS OLEOS REBADOS Y EL CRISTO QUE SUDA


Juana Bances y Manuel Soclupe resultan ser los protagonistas de esta historia.

Dice el manuscrito: “Año del señor de 1656: de la conquista, el año 131: del pontificado de Alejandro VII, el año 2: del reinado de don Felipe IV, el año 35: entro a ser cura propio de Mórrope y Pacora don Jerónimo Vaderas y Terán presentado por don Luís de Henríquez de Guzmán, conde de Alva de liste, Décimo Séptimo virrey del Perú, y colocado por el Cabildo sede vacante del Ilustrísimo Señor Doctor don Diego del Castillo, nono Obispo de Trujillo”.

El cura Valderas desempeño sus funciones sacerdotales durante dos años, de 1656 a 1658, y tuvo el honor, hacia principios de 1657 de presenciar dos hechos de gran significación de aquellos tiempos. Uno fue el del indio que se robo los santos oleos y otro el de una zamba que hizo sudar a un santo cristo.

Una noche, profundamente oscura del mes de febrero de 1657, el cura Valderas fue llamado, para dar extremaunción, a casa de un indio, a donde llego a las diez, encontrando al moribundo en su santo juicio. Confortándolo y atendiéndolo se demoró hasta las dos de la mañana, hora en que se retiró, vencido por el sueño y cansado por el trabajo. El cura fue acompañado por el sacristán, quien portaba todos los elementos de aquel sacramento pero como tuviera temor por el moribundo y debido a lo tenebrosote la noche, en lugar de depositar en la iglesia, todo lo que había llevado, lo dejo en su choza o casa de paja, la cual no tenia ninguna seguridad. Por eso, al día siguiente con la natural sorpresa, el sacristán no encontró integro lo que había dejado, porque faltaban tres ampollas de plata. El sacristán, temeroso al castigo, desapareció de Mórrope y de sus alrededores y la historia no se vuelve a ocupar más de él.

El cura Valderas en compañía de sus intereses, Bernabé del Carpio y del mercedario José Godoy, junto con el maestro de capilla, José Benites, pudo saber que el indio Manuel Soclupe estaba realizando sus malas artes de brujería, empleando aquellos objetos robados, juntando, de esta manera, la fe católica con la creencia hechicera, para obtener un mejor resultado.

Se supo, por ejemplo, que hacia cocimientos de hojas de “concuno”, fruto de “zapote”, miel de “algarrobo”, sebo de culebra, sangre de carnero y baba de cochino, a todo lo cual agregaba unas cuantas gotas del oleo santo que le servia tanto como remedio para las enfermedades, cuanto de tópico para las mordeduras, heridas y quemaduras; pero tenia especial y decisiva influencia contra el mal de ojo, el daño la brujería, los fantasmas y el miedo. Esta panacea había hecho de Manuel Soclupe un verdadero potentado, entre sus paisanos, quienes, pensando por haber unido el cristianismo con la hechicería, era omnipotente, lo respetaban y le temían, despreciando al sacerdocio y sus servicios.

El cura Valderas y sus ayudantes detuvieron al impío, quien habiendo confesado su delito fue remitido al tribunal de la inquisición de Lima, donde se le ajusticio.

Juana Bances, mujer de Soclupe, entendía también los ritos de la hechicería y de las labores de los brujos y por eso, dedicada a esas artes, ocupó a blasfemar y de escupir sobre un Santo Cristo, esculpido en madera de naranjo, como de una media vara de largo, que existía en la iglesia del pueblo probablemente con el premeditado fin de vengar, de esta manera, la ejecución del marido.

Durante seis días seguidos y con el pretexto de hacer penitencia la india morropense se dedico a blasfemar y a escupir sobre aquel Santo Cristo, hasta que por fin, el sétimo día de la propia frente de la imagen comenzó a brotar sangre real y verdadera cayendo la impía en un grado sumo de postración, revolcándose en el suelo, echando espuma por la boca, retorciendo los miembros y profiriendo palabras incoherentes y gritos desesperados.

Tanta fue la resonancia que tuvo este, hecho que en él intervinieron los cabildos de Lambayeque y Trujillo, secular y eclesiástico, y la imagen fue llevada solemnemente a la iglesia de Lambayeque y colocada en el sagrario del templo del templo, se protocolizó el hecho y se otorgaron dos testimonios autorizados y comprobados, uno para el virrey y otro para el Arzobispo de Lima.

La india posesa, Juana Bances, hubiera corrido la misma suerte de su marido, sino tiene la magnifica idea de morirse, en uno de aquellos ataques de posesión de que había sido victima.
(Arreglo según el manuscrito del cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade).

AUTO DE FE EN PACORA

El primer cura que tuvo Mórrope fue don José Antonio de Araujo, quien se hizo cargo de su puesto el 29 de junio de1536, ocupándolo por espacio de 20 años.

En 1538, esto es dos años después, ya se habían construido, debido a la dedicación del cura Araujo, dos capillas, a las cuales los naturales daban los nombres de “guayronas”, y que servían para el culto.

Considerando, el cura Araujo, que si los naturales tenían ya sus respectivos templos no deberían existirlos adoratorios públicos, que eran en realidad los templos primitivos de los moradores, le ordeno a su ínter, don Luís Quijano, que procediera a quemarlos, destruyéndolos totalmente.

El cura Araujo no se contento en dar la orden, sino que también participo en su ejecución y por esto, acompaño al ínter ya nombrado y del cacique del pueblo, el morropense conquistado, José Caxusoli, se dirigieron al cercano pueblo de Pacora, que correspondía a su jurisdicción sacerdotal, y procedieron a consumar el hecho, pero los habitantes del pueblo se sublevaron y cogiendo al propio cura Araujo, pretendieron arrojarlo a la hoguera, a fin de que se convirtiera en ceniza, como el quería hacer con sus adoratorios, habiendo sido salvado mediante la oportuna y decisiva intervención del cacique Caxusoli, quien arrazo con los Pacoranos amotinados, mandando ahorcar a los promotores principales. Para el cacique recalcitrante de Pacacora, a donde envió a fray Donato de Mena, sacerdote dominico, sin salir más de Mórrope, donde murió.

Con todo no parece que se sentía muy tranquilo en Mórrope, el cura Araujo, lo que se deduce de la orden que dio para que se le enterrara en Tucume, en la iglesia del pueblo lo que fue cumplido, habiendo recibido el cadáver, “por vía de deposito el párroco de esta doctrina, don Vicente Benavides”, a quien acompañaban los tambores del pueblo Francisco Zamudio y Juan Roldán.

Ya enfermo, el cura Araujo y poco antes de morir, profetizó diciendo que Mórrope parecería de sed y Pacora moriría de inanición, como castigo al motín producido en su contra. Y ambos hechos se han realizado, poco a poco, siendo en la actualidad Mórrope un pueblo sin agua y Pacora un pueblo inerte.

(Arreglado conforme a un viejo manuscrito del cura don Justo Rubiños y de Andrade).


¡MISAS, MISAS, MISAS!


A las doce de la noche del 8 de diciembre de 1664 regresaba de Pacora a Mórrope a donde había ido a celebrar la fiesta de la Purísima, el cura de este último pueblo, don Manuel de Ayala y Maldonado.

En mitad del camino, en el sitio denominado las Dos Acequias o Zanjones, rendido de sueño y de cansancio, se desmonto de la mula, tendió el pellón a la vera del camino, bajo la fronda de un faique, y ordeno a sus dos indios acompañantes que le velaran el sueño porque quería dormir sólo una hora, al cabo de cuya hora lo despertaran. Como quiera que se había dilatado la espera, los dos indios procedieron a despertarlo pero se encontraron con el cuerpo del cura se hallaba sin movimiento, y juzgando que había muerto, colocaron el cuerpo en la misma mula y con su preciada carga ingresaron al pueblo de Mórrope, a las de la mañana.

Al consiguiente alboroto que se produjo en el pueblo, salio medio desnudo, con solo ropón, el cura ínter don Manuel Castro de Osorio, quien recibiendo el cuerpo en sus brazos lo condujo a su propia casa, cinco días permaneció el cura Ayala en plena convalecencia, sin revelar a nadie lo que había podido suceder, hasta que el 13 de diciembre, después de su total restablecimiento, a las seis de la mañana, monto a la misma mula que le había servido para el viaje anterior y asiéndose acompañar por los mismos indios, se dirigió al sitio donde había descansado y perdió el conocimiento portando su breviario, agua bendita, una lampa y un pequeño cajón.

Una vez llegado al lugar del suceso, hizo cavar en al tierra, y a cosa de media vara de profundidad fueron encontrados los restos ya desechos de un cadáver los cuales acomodó en el cajón y sepulto a la entrada de la iglesia de Mórrope, oficiando re misas cantadas a cada uno de los tres días que siguieron al entierro, eso de la media noche del día en que se había oficiado la tercera y última misa, se le apareció en sueños, el alma del difunto y le dio “las gracias por estar gozando de Dios”.

El hecho pudo haber sido real o ficticio pero algo si resulta evidente: el nombre del difunto, que fue el indio Quevedo, uno de los mas ladinos del pueblo, quien al ser confesado al articulo de muerte, declaro de que si el Padre, El Hijo, y El Espíritu Santo eran dioses, tenían que haber tres Dioses diferentes, porque no se iban a pelear entre ellos, y a pesar de las enseñanzas y amonestaciones del cura no pudo ser vencido en su lógica, muriendo con tal creencia, siendo sepultado en el paraje ya mencionado, desde donde influencio el cura Ayala, el alma proscrita, para obtener su salvación y una sepultura eclesiástica.

Por su parte, el cura Ayala y Maldonado, declaró, una vez que habían sido sepultados los restos del indio, que en estado de sopor o de inconciencia e que se encontraba lo único que recordaba haber oído era la voz del muerto, que repetida y desesperadamente le decía: “¡Misas, misas, misas!”.

(Arreglado conforme a un viejo manuscrito del cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade).

UN CADAVER Y UN JUCIO

El segundo de los curas de Mórrope y Pacora, el maestro don Diego de Avendaño, hizo construir las iglesias de ambos pueblos hacia 1550, pero 130 años después, esto es en 1680, el licenciado don Alonso Bances de León, cura propio de dichos lugares, cambio la ubicación del templo de Pacora, del que tenia primitivamente, al lugar que en la actualidad ocupa construyendo aquí una nueva iglesia.

Terminado el trabajo que duro cerca de medio año, el cura Bances regreso a Mórrope, pero como el corsario inglés Eduard David había saqueado el puerto de Casma, asesinado a su sacerdote y asolado la villa de Saña, grasando las poblaciones de la costa del Perú, el cura Bances, se retiro nuevamente a Pacora, en el mes de setiembre de 1685.

Fue en este mismo año en que celebrando la fiesta de la Purísima Concepción de María, el 8 de diciembre, al salir de la iglesia, a las dos de la tarde, “el cura sofocado con el ejercicio y el sumo calor de la estación de aquel tiempo, le dio un aire que le atravesó y a las siete de la noche lo echó en la eternidad”.

Los pacoranos, agradecidos por el interés que por ellos había mostrado, el cura Bances, dejaron veinte de los miembros de su comunidad custodiando el cadáver, pero a las doce de la noche hicieron irrupción los morropenses y rompiendo el cerco de la hurta, donde se levantaba el cadáver, y después de breve y contundente lucha con los guardianes, se robaron el cadáver del cura Bances, dejando en su lugar al de un indio pacorano, asesinado por loa asaltantes. Los morropanos, con su tesoro inerte, procedieron a darle solemne sepultura en su iglesia, con el concurso de don Pedro Arriola cura ínter del fallecido.

Como quiera que en la madrugada de ese mismo día las gentes de Pacora, despertadas y avisadas por los guardianes, del asalto y robo verificado, se dieron cuenta del hecho, y temiendo ser derrotados de nuevo, solicitaron la ayuda de sus vecinos, naturales de Jayanca. Juntos, ambos pueblos se dirigieron al de Mórrope entablándose porfiada lucha entre ellos, encabezado por sus respectivos curas: Juan Bances de Chávez por Jayanca y Pedro Arriola por Mórrope y Pacora. Habiendo resultado los de Mórrope, tanto en la lucha cuanto en la posesión del cadáver, que se hallaba sepultado en la iglesia de este último pueblo, sus contrincantes, los pacoranos, acudieron en queja a Trujillo, habiéndose expedido sentencia en virtual de la cual se condenaba al ínter del cura de Mórrope, Pedro de Arriola, a pagar de su propio peculio, los derechos de funerales del cura Bances, al cura de Jayanca.

En realidad el cura Bances había hecho positivos beneficios materiales a Pacora y a Mórrope, puesto que edifico nueva iglesia y nuevo pueblo en aquel, le regalo una custodia dorada y esmaltada, con peso de once marcos y tres onzas, mientras que en la iglesia de Mórrope le regalo una custodia de plata de ocho marcos y cuatro onzas de peso, consumiendo al que había obsequiado el cura Villavicencio y Olivares, y además un cáliz, patena y vinajeras de plata dorada.

Con todo esto no fue, en realidad, el agradecimiento lo que llevo a esos pueblos a pelearse, entre ellos, la posesión del cadáver del cura Bances sino el deseo de obtener para si la custodia fortuna que dejado, convirtiéndose en sus herederos, ya que el cura, poco antes de morir, declaro verbalmente que dejaba, por herederos de sus bienes de fortuna, a las tres iglesias la de Jayanca, la de Pacora y la de Mórrope.

Cuando ya el juicio ya estaba bien adelantado se presento don Tomas Silvestre de León Seminario, sobrino del cura Bances, ofreciendo un testamento autentico y cerrado de su tío en virtud del cual lo declaraba como su único heredero.

Después de un dispendioso juicio, entre las tres iglesias mencionadas y el sobrino heredero, la Audiencia de Lima falló, declarando que la fortuna fuera repartida en dos partes iguales, una para el sobrino y de la otra deberían repartirse hermanablemente las tres iglesias en litigio.

El total de la herencia ascendía a ochenta mil pesos, según aseguro un sucesor del cura Bances, don Justo Modesto Rubiños y de Andrade.
(Arreglado conforme a un viejo manuscrito del cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade).
EL RIO DE LA LECHE

En las ordenanzas sobre irrigación de las tierras del departamento de Lambayeque, de que fue autor el doctor don Gregorio Gonzáles de Cuenca, de fecha 3 de marzo de 1567, aprobadas por la Real Cédula de 4 de setiembre del mismo año, no se hace mención alguna al río de la leche, ni a las tierras que riega, lo que no tiene porque llamar la atención a quien sepa que el referido río no existía en las épocas de las ordenanzas, ya que fue abierto, por la mano del hombre, tres años después.

De cómo fue abierto ese cause y del porqué se le llamó río de la leche, trata la presente tradición.

Las tierras de Mórrope, sus ganados y habitantes hacían uso del agua del pozo único que existía en el mismo pueblo, pues no había, en realidad, agua de regadío.

Siendo cura de Mórrope y Pacora, en vía de encomienda, el antiguo ínter de aquel pueblo, don Luís Quijano reunió a todos los naturales del lugar y procedió a abrir un cauce que nacía de los cerros de Panachí y Salas y que recorriendo 27 leguas llagaba hasta Mórrope. Este trabajo duro cuatro años, habiendo colaborado en él todos los naturales del lugar, tanto en forma personal cuanto en dinero, víveres y vestidos.

El trabajo que se verificó consistía en desviar las aguas naturales de las altas sierras, para llevarlas a la costa, lo que se realizó, con la única obligación para los morropenses de pagar un tributo, al cacique de Panachí consistente en sal, ají y algodón.

Terminado el trabajo y pagado el tributo, los morropenses esperaron ansiosamente el tan deseado elemento, para abrevar a sus ganados y fecundar sus tierras, pero a pesar del trabajo, de las lluvias y vertientes apenas llegaba agua a las entecas tierras. No pudiendo entender la razón por el cual el agua no discurriera abundantemente, los dirigentes o principales del pueblo consultaron con su párroco, quien sostuvo que sí se había terminado la obra de los hombres, no se habían cumplido las obligaciones para con el cielo, y que por lo tanto, era preciso realizar la procesión por todo el cauce, desde su nacimiento, a manera de bautismo.

Aceptado el consejo, el 12 de junio de 1570, el pueblo en pleno, presido por su párroco, Luís Quijano y sus ayudantes, Luís Solórzano de la Torre, Toribio Castañeda, y el religioso franciscano Ambrosio Tason. Salio en solemne comitiva desde la misma iglesia, portando a San Pedro, patrón de Mórrope y a San Pablo patrón de Pacora, cada uno en sus respectivas andas habiendo llegado al nacimiento del cauce, en las serranías de Panachí el 21 del mismo mes. Inmediatamente se efectuaron las consiguientes ceremonias de consagración, dedicación, bendición y bautismo, lo que produjo instantáneamente un gran aumento del caudal. Sin embargo, la cantidad de líquido no era lo suficientemente abundante como para que llegara hasta Mórrope, resolviéndose el regreso, por el mismo camino o sea el propio cauce, bendiciendo las aguas y las tierras colindantes, lo mismo que las orillas y ensanchando aquel, asta que llegando al pueblo, el día 29 de junio, fiesta de San Pedro, todos los componentes de la comitiva y moradores del pueblo y moradores del pueblo, en un arrebato de fervor religioso y de entusiasmo personal, se sumergieron en el agua, junto con las andas y las efigies.

Primero se introdujo la imagen de san pedro, tanto porque era el patrón del pueblo, cuanto porque era el día de su fiesta, pero ya no fue posible hacer lo mismo con la de San Pablo, porque fue tal la avalancha y el impetuoso caudal de agua que se produjo, que los asistentes, sus jefes, las andas y la propia efigie, todo tuvo que retirarse prestamente, temiendo que fuera arrastrado por la fuerza incontenible del elemento.

Hasta ese instante las aguas habían tenido el color común de todas las aguas del regadío, pero súbitamente tomaron un color blanquecino, casi lechoso, y de donde proviene el nombre de agua lechosa y posteriormente el río de la Leche, todo por milagro patente de San Pedro, patrón del pueblo.
(Arreglado conforme a una antigua tradición popular).

VIVEZA Y EFICACIA

Uno de los sacerdotes más acaudalados del departamento de Lambayeque fue, sin duda alguna, don Alonso Bances de León, cura de Mórrope y Pacora; pero el mas vivo y mas audaz de sus sucesores lo fue el licenciado don Josef Francisco de Vidaurre.

Este buen ministro del altísimo además de poseer una valiosa colección de alhajas, como eran tres y media onzas de perlas de aljófar, tres sortijas de oro con amatistas y esmeraldas, muchos artículos de oro, campanas de plata y diversos y valiosos ornamentos, tenia a su disposición siete interés que eran: Pedro Padierna y Francisco de Orejuela, franciscanos; José María Extranjero, Antonio de Ugarte, José Domínguez de Amaya y Silvestre Suazo, agustinos y al mercedario Nicolás Robles. Pero sobre todos estos ayudantes, que trabajaban para el y muy por encima de sus propias riquezas, se hallaba su embrollísmo, su tinterillaje, su agilidad mental y su viveza.

Hallándose el curato de Mórrope sin ninguna documentación probatoria, en lo relativo a sus derechos de cofradías, ya que todo había sido presentado a juicio por su antecesor, el cura Francisco de Rivera y Tamariz, procedió el licenciado Vidaurre a efectuar, por si y ante si, una nueva mensura de terreno, pastos y ejidos, dejando a los Morropanos solo una angosta legua de tierras despobladas e improductivas, despojándolos de sus minas de yeso, sal y litio, que se extendía desde el desierto de Sechura, apropiándoselo todo, “con que quedaron estas iglesias y sus curas asegurados, debiéndose este instrumento a la viveza y eficacia del cura Josef Vidaurre”, dice un interesante manuscrito.

Cansado de tanta “viveza y eficacia” el cura Vidaurre, quien desempeño sus múltiples funciones durante 30años, de 1691 al 1721, teniendo tiempo para ejercerlas a su sabor, resolvió morirse, no sin antes ocurrírsele darle bastante quehacer tanto a sus feligreses cuanto a sus colegas de sotana, según aseguran las dos siguientes tradiciones.

Con la idea de reparar la iglesia de Mórrope, obra antiquísima hecha por don Diego de Abedaño, el segundo, de los curas de Mórrope, desde la conquista, quiso contratar, para emplear las ganancias de su iglesia al Jesuita Pedro del Río rector del colegio de Trujillo y con tal fin pidió su opinión al cura de Lambayeque don Luís José Méndez de Sotomayor y al Jesuita Manuel de Mosquera. Como ambas opiniones fueron contrarias, cosa que ya tenia por descontada el cura Vidaurre, pues conocía la enemistad existente entre ambos, y a fin de que la obra a emprenderse no fuera demorada y también, y especialmente, para que sus rentas personales aumentaran, resolvió adjudicarse así mismo la realización de esos trabajos y ganancias consiguientes, hecho que tuvieron lugar entre el10 de diciembre de 1718 y los finales del mes de julio de 1719.

Fue tan vivo y tan audaz don Josef de Vidaurre, que celebrando en Pacora, un día sábado, una misa, en la fiesta de nuestra señora de la limpia concepción, se tardo tanto en el primer momento, casi una hora, que el publico asistente lo tomo por muerto y uno de los mas irreverentes, creyéndolo en estado in ecuánime salio indignado del templo; pero como el cura Vidaurre no estaba, en realidad, ni muerto ni beodo, sino dormido, simplemente, se despertó en el instante en que aquel feligrés abandonara la iglesia y lo conmino a que se quedara, amenazándolo, sin que el creyente le obedeciera. Por tal desacato formulo contra el sus maldiciones y el consiguiente anatema, todo lo que le dio resultado, porque ese mismo día a las siete de la noche, moría aparentemente aquel rebelde, recibiendo todos los auxilios espirituales del propio Vidaurre, su verdugo material y su salvador espiritual.

Sin embargo, parece que para contrariar los deseos del sacerdote, después de cuatro horas, esto es a las once de la noche volvió en sí. Este curioso ejemplar de feligrés recalsitante y desobediente se lamo Hernando Tusa, y párese que era constitucional él aquello de jugar a morirse, porque lo encontramos haciendo la misma pasada poco tiempo después, un ocho de diciembre, en la ciudad de Guadalupe, precisamente para la celebración de la fiesta de la Virgen del mismo nombre.

Por último tenemos conocimiento de dos disgustos, pleitos o dificultades que puso el mismo cura Vidaurre, ya murto, de donde se deduce que si era vivo y audaz, era también caprichoso y testarudo.

Cuando el cortejo fúnebre, el día de los funerales del cura Vidaurre, se encontraba en la plaza de Mórrope, ingreso a ella, con sobrepelliz, estola negra y bonete, el bachiller don Juan Benito de Chávez, cura de Jayanca, seguido de pachacas, alcaldes y numeroso pueblo y quitándole al cura de Illimo la capa con que estaba revestido, termino él la ceremonia. El despojado no se quejo a los morropanos, sino al obispo de Trujillo, quien ordeno que se le pagaran cien pesos a cada uno de los sacerdotes, tanto al de Mórrope cuanto al de Illimo.

Para colmar todas las medidas sólo faltaba que los pobres indios de Mórrope sufrieran alguna desgracia, el día del entierro del cura Vidaurre, lo cual no se hizo esperar mucho, porque a eso de las once de la mañana, debido al numero de los que se hallaban en el techo de la iglesia del pueblo, desarmando la tumba, cedió aquel, bajo el peso excesivo, cayendo todos al suelo, salvándose solo aquellos que tuvieron tiempo de guarecerse en el presbiterio, que fue lo único que quedó en pie.

Así, debido a la “viveza y eficacia” del cura Vidaurre, para quien todos trabajaban, se apropio de todo, tanto de los bienes del pueblo, cuanto del trabajo de sus ayudantes o interés, sin haber pagado nunca nada, a excepción de cuatro pesos al mayordomo Chirinos, por un ídolo de oro.

(Arreglado conforme a un manuscrito del cura don Justo Modesto Rubiños y de Andrade.)

1 comentario:

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